: ¿Un
electrodoméstico más?
Este pasado mes he sufrido una catástrofe
informática que ha puesto de manifiesto no sólo mi dependencia del
ordenador y de la red, sino, sobre todo, lo lejos que están los
ordenadores de convertirse en un electrodoméstico más y lo difícil
que es facilitar el acceso de todo el mundo a Internet.
Todo empezó cuando en mayo contraté una línea
ADSL con Telefónica, oferta cuyos términos he olvidado, lo cual no es
extraño con todo lo que ha llovido desde entonces. Quiero decir que no
sé si es recomendable en sí misma y probablemente no lo sabré a
ciencia cierta hasta que me empiecen a llegar los recibos del gasto
telefónico. En aquella lejana mañana de primavera, mientras los
pajarillos saludaban alegres con sus cantos el vital florecer de los
jardines de mi barrio, la amabilísima señorita del 1004 me prometió
que dispondría del ADSL en un plazo de un mes. Pasó el mes, y otro, y
otro más, y en agosto recibí un curioso mensaje de correo electrónico
en el que alguien dependiente de Telefónica me comunicaba consternado
que no podían contactar conmigo para acordar día y hora para la
instalación; me pedían un teléfono de contacto (algo sorprendente,
viniendo de telefónica) y la dirección de correo electrónico (más
sorprendente aún, puesto que se habían comunicado conmigo por ese
procedimiento, y no a través de tam-tam o txalaparta). Facilité los
datos que se me pedían y no tuve respuesta alguna, ni por correo electrónico,
ni por teléfono, ni por carta, ni por tam-tam, ni por txalaparta.
Desconozco si se intentó comunicar conmigo por paloma mensajera. Y
desgraciadamente vivo lejos del mar, lo que es un notable handicap
cuando intentan enviarte mensajes dentro de una botella.
En ese mismo mes de agosto, uno de mis
socios vio por fin instalada la línea ADSL, lo cual le permitió
comprobar sus bondades y la ineficiencia de Telefónica, Terra y demás
derivaciones (funcionamiento errático del correo, página web con menor
capacidad de la contratada). En fin, una serie de pequeñas minucias que
le mantuvieron entretenido llamando a la línea 902 en la que se supone
que recogen quejas y solucionan problemas, y que se caracteriza
fundamentalmente por estar colapsada, por lo que no resulta eficaz para
recoger quejas y solucionar problemas (y sí para engrosar la factura de
teléfono con innumerables llamadas, e interminables minutos a la espera
oyendo la insoportable musiquilla y la periódica voz que dice algo así
como que están todos ocupados y que espere por favor.)
Con un retraso apenas perceptible de cerca
de cinco meses, a primeros de octubre, los instaladores anunciaron que
vendrían a colocarme la línea ADSL. Solicité información a mi socio,
que me contó que a él le habían instalado un módem interno. Mi
sorpresa fue que al llegar los instaladores me ofrecieron elegir entre
interno y externo. Cuando les dije que creía que sólo ponían
internos me miraron con ese careto condescendiente que los iniciados en
lides informáticas miran a los pardillos cuando decimos alguna
chorrada. "No, hombre, no, eso era antes" (y el antes sonó
como más o menos cuando los mamut pastaban en los terrenos en que unos
cientos de miles de años después se edificaría mi casa). Reflexionaba
yo sobre la relatividad del paso del tiempo en lo que a avances informáticos
se refiere, cuando los operarios se pusieron manos a la obra,
encontrando una serie de problemas (traían datos incompletos para la
instalación, por ejemplo), y todo culminó en una avería del lector de
CDrom, y en el diagnóstico de que mi equipo era absolutamente jurásico.
En consecuencia tuve que llevar el PC a boxes, para solucionar lo del
lector y poner al día mi por lo visto antigualla cibernética. Allí me
lo tuvieron parado dos semanas para facturarme una hora de trabajo, lo
que da idea de la capacidad de solucionar problemas de la empresa en
cuestión y de su agilidad. Todo el mundo me dice que ese retraso es lo
habitual, y bueno, vale, pues consuelo de tontos, pero por otra
parte, no puedo por menos de deducir que hay un cierto desfase entre la
pretensión de informatizar el país y la capacidad real de sostener tan
ambicioso objetivo.
Una vez repuesto mi ordenador, tuve que
esperar a que los instaladores superaran una inoportuna y solidaria
gripe que mantuvo en el dique seco a todos sus operarios. Cuando por fin
vinieron, instalaron lo que tenían que instalar (no sé muy bien qué
era), todo ello tras superar una curiosa prueba de habilidad,
consistente en introducir el enchufe macho especialmente ancho con que
viene el aparato en un enchufe hembra de dimensiones convencionales, lo
que requirió el concurso de otro operario, al parecer más mañoso que
el primero. La navegación era perfecta, pero no me supieron configurar
el correo electrónico. El instalador llamó en mi presencia a una línea
ad hoc para instaladores de ADSL, donde dijeron que eso era problema de
terra; llamamos a terra, donde nos dieron otro teléfono, en el
que nos informaron de que era cosa de una gente de terra que solía
estar por allí, pero que en ese momento no estaba, que igual se habían
marchado, o igual no, a lo mejor estaban tomando un bocadillo (sic),
porque la persona que se puso al teléfono no sabía su horario de
trabajo, y que lo mejor sería que llamáramos en otro momento, aunque
no sabía decirnos cuándo. Sonaba como hastiada de atender múltiples
llamadas que no tenían demasiado que ver con ella, pero en cualquier
caso no resolvió nada. El instalador, en un arranque de sinceridad, me
confesó que Telefónica ha creado una línea de apoyo para
instaladores, atendida por seis personas, seis, que deben cubrir toda la
península; de ellas, cuatro son nuevos y carecen de experiencia según
mi informador, que se reconocía desbordado.
Finalmente, mi socio, que ya había
pasado por la exigente prueba de esperar, recibir y organizar el ADSL, y
que es infinitamente menos garrulo que quien suscribe, supo orientarme,
me dijo lo que tenía que hacer y conseguí así que mi correo electrónico
funcionara. Y espero que mi ordenador y yo, a partir de ahora, seamos
felices y comamos perdices, y desde luego, hay más de uno a quien no le
daremos ni una perdiz. Eso sí: la línea ADSL va como un tiro, es
otra historia, francamente aconsejable, y el proceso de instalación,
hoy por hoy, absolutamente recomendable para quienes disfruten con
las emociones intensas, kafkianas y doble-vinculantes.
Y a todo esto, ¿quién puede creerse
hoy en día que el ordenador esté siquiera camino de convertirse en un
electrodoméstico más o en una tecnología más o menos democratizada
como el automóvil? Pues no, y esto va a echar al traste, entre otras
cosas, el empeño de las instituciones públicas (por ejemplo, el
Gobierno Vasco: http://www.elcorreodigital.com/pg271000/local/vizcaya/vizca026.htm),
que intentan con ayudas económicas y fiscales que nos hagamos todos con
ordenatas y naveguemos en Internet hacia la información, el
conocimiento, la competitividad y el futuro. Porque, ¿qué servicio técnico
de lavadoras tarda dos semanas en empezar a solucionar el problema? ¿Hay
algún electrodoméstico, incluidos esos complejísimos videos con
infinidad de funciones generalmente innecesarias, que haga sentirse al
usuario tan necesitado de conocimientos básicos extensísimos?
¿Qué taller de automóviles debe depender de suministros congelados en
una línea de apoyo colapsada? ¿Qué otro utensilio de tecnología doméstica
nos hace tan dependientes de amigos y conocidos que solucionen nuestras
dudas y problemas para poder manejarnos con él? No tiene nada de extraño,
desde luego, que haya una iniciativa que propone la creación de un carnet
informático al estilo del permiso de conducir, que tras el
oportuno examen califique el grado de conocimiento y capacidad de cada
individuo (http://www.iactual.com/noticias.cfm?GUID=4040).
Pero si utilizamos el paralelismo de la conducción de automóviles,
cuando uno tiene un problema con el suyo generalmente puede solucionarlo
mediante recursos ágiles y no ha de recurrir a un amigo iniciado en mecánica,
chapa o electricidad del automóvil.
En definitivia, que una vez más, ir de
internauta en este país hace sentir que se está conduciendo un Ferrari por
un camino carretero.