Riesgos para la salud de los alimentos genéticamente modificados
Se ha propuesto que los cultivos genéticamente modificados para reducir la susceptibilidad a las plagas son la solución para la baja productividad agrícola de los países en vías de desarrollo. Pero el motivo para hacer esta propuesta es la ganancia económica, no el altruismo. Monsanto, uno de los principales creadores de cultivos genéticamente modificados, ha desarrollado un grano que ofrece una cosecha mejorada y es estéril, por lo que en lugar de conservar algunas semillas para la siembra del próximo, los agricultores deben volver a comprarlas al proveedor.
En vista de este desenfrenado abordaje comercial de la modificación genética, quizás no sea sorprendente que las compañías hayan prestado aparentemente poca atención a los riesgos potenciales para la salud de los alimentos genéticamente modificados. Pero es chocante que la FDA no haya cambiado su posición sobre los alimentos genéticamente modificados, adoptada en 1992. En enero de este año, anunciaba que la "FDA no considera necesario llevar a cabo revisiones científicas exhaustivas sobre los alimentos derivados de plantas tratadas con procedimientos de Ingeniería Biológica. . . en concordancia con nuestra política de 1992." Esta política consiste en que los cultivos genéticamente modificados recibirán la misma consideración en relación con los potenciales riesgos para la salud que recibe otro cultivo. Se adopta esta posición a pesar de que hay buenas razones para creer que puede haber riesgos específicos.
Por ejemplo, en algunas plantas genéticamente modificadas se usan genes de resistencia a antibióticos como marcadores de transformación genética. A pesar de que se asegura que estos genes no pueden propagarse a partir de la planta, muchos especialistas creen que podría suceder. Es aún más preocupante el efecto de la propia modificación genética en los alimentos. Se han modificado patatas con un gen de la campanilla blanca producir una aglutinina que puede reducir la susceptibilidad a los insectos. En abril el año pasado, Arpad Pusztai, científico del Instituto de Investigación Rowett de Aberdeen, (Reino Unido), anunció imprudentemente en televisión que en los experimentos se habían observado cambios en los intestinos de las ratas alimentadas con patatas genéticamente modificada. Pusztai aseguró que no pensaba comer los alimentos modificados y que era "muy, muy injusto utilizar a nuestros conciudadanos como conejillos de indias".
Pustai sucumbió ante una tormenta publicitaria. Le apartaron de su trabajo, un sacrificio que no sofocó la alarma pública en el Reino Unido o en Europa. La semana pasada (22 de mayo pág 769) Yhe Lancet informaba que la Royal Society había revisado hasta donde le había sido posible los resultados de de Pusztai y colegas, encontrándolos erróneos, un gesto de impertinencia impresionante para con los científicos del Instituto Rowett, que sólo deberían ser juzgados cuando publiquen íntegramente su trabajo. La British Medical Association requirió una moratoria para el cultivo de alimentos genéticamente modificados. El Gobierno del Reino Unido, de acuerdo con la tradición nacional, vaciló. Finalmente, 21 de mayo el Gobierno saltó a la escena con una propuesta de investigación sobre los posibles riesgos para la salud de los alimentos genéticamente modificados.
Los compradores por Europa ya habían tomado su decisión. A finales de la primera semana de mayo, siete cadenas europeas de supermercados habían anunciado que no venderían alimentos genéticamente modificados. Tres grandes multinacionales alimentarias, Unilever, Nestlé, y Cadburys-Schweppes no tardaron en seguirles. El Tribunal Supremo de la India ha confirmado una prohibición de ensayos con cultivos genéticamente modificados. Activistas de ese país han quemado campos en los que se sospecha que se hacen pruebas con estos cultivos. En los EE.UU., donde hasta el 60% de los alimentos procesados contienen ingredientes modificados genéticamente, la población parece, todavía, indiferente.
El problema de los alimentos genéticamente modificados ha sido penosamente abordado por todas las instancias involucradas. Los gobiernos nunca debieron haber permitido la entrada de estos productos en la cadena alimenticia sin una comprobación rigurosa de sus efectos sobre la salud. Las compañías fabricante debían haber prestado una mayor atención a los posibles riesgos para la salud y a la percepción por parte de la población de este riesgo; pagan por ello ahora el precio de su descuido. Y los científicos implicados en la investigación sobre los riesgos de los alimentos genéticamente modificados debían haber publicado sus resultados en la prensa científica, no a través de los medios de comunicación; sus colegas, entretanto, también debe de haber evitado enjuiciar la cuestión sin disponer de todos los datos.
The Lancet 29 de mayo 1999
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