Este verano estamos asistiendo en Euskadi /
Euskal Herria / País Vasco (táchese lo que no proceda según el gusto del
lector) y en el-resto-del-Estado-Español / España (ídem) a una ofensiva
terrorista de gran intensidad y preocupantes repercusiones en la sociedad
vasca, que continúa a buen ritmo su proceso de escisión en dos comunidades
antagónicas y enfrentadas, dirigidas hacia la catástrofe por el
euskofaszio y por unos políticos que en el mejor de los casos habrá que
calificar de ineptos, aunque sin excesiva malicia podríamos tildarlos en
ocasiones de perversos. Pero es más penoso el pesado silencio
que según cada caso particular crean alrededorde tanta sangre y tanta
miseria la complicidad, la connivencia o el miedo. Volver sobre la
cuestión empieza a ser
cansino, agotador, sobre todo porque no se atisba en
modo alguno la luz al final del túnel, y porque con tanto pacto, documento
y mesa, con tanto tercer espacio, segundo espacio, primer espacio (más bien
con tanto agujero negro) se nos va a todos el tiempo, y a no pocos se
les va la vida. Aburre, indigna, tanta alusión a derechos históricos, a ámbitos
de decisión, a ideas, a opiniones políticas, a abstracciones, en
definitiva, que parecen anteponerse a las personas y al más básico
derecho, que es el de la vida. Y es abominable que el derecho a la
vida pueda ser relativizado, pueda quedar en un segundo plano
respecto de esas abstracciones. ¿Cuándo aprenderemos que no hay una sola
idea, política, religiosa, con más valor que una sola vida humana?
¿Cuándo aprenderán algunos políticos que mala compañía para su ideario
político son quienes están dispuestos a defenderlo (o más bien imponerlo)
con la violencia? Lo triste es que probablemente en unas semanas
o meses tendremos que desempolvar este comentario de desahogo. Hasta
entonces muchos seguirán mirando para otra parte, otros proyectarán la
culpa y otros se rigidificarán aún más en posiciones que por inhumanas no
tienen aún un calificativo adecuado... salvo que alguien diseñe un
neologismo adecuado, deseablemente en euskera, si queda aún una mínima
esperanza de insight. Hasta el próximo editorial en que tengamos
que abordar la cuestión, os dejamos con unas sabias palabras de John Donne
(1572-1636) que le sonarán a quien haya leído Por quién doblan
las campanas, y con las que queremos dolernos por todas,
todas las vidas perdidas. Ojalá algún día a nadie le
parezca más importante una abstracción que una vida:
"Nadie es una isla, completo en sí
mismo;
Cada hombre es un pedazo del continente,
Una parte de la tierra;
Si el mar se lleva una porción de tierra,
Toda Europa queda disminuida, como si fuera
un promontorio,
O la casa de uno de tus amigos,
O la tuya propia.
La muerte de cualquier hombre me disminuye
Porque estoy ligado a la humanidad;
Y por consiguiente, nunca preguntes
Por quién doblan las campanas;
Doblan por ti"