Las Selecciones del Txori Herri
Medical Journal
La extensa bibliografía científico – médica no sólo recoge
aportaciones sesudas que pueden cambiar el rumbo de la Historia de la Ciencia o
del pensamiento humano. En
las revistas existen además aportaciones curiosas, absurdas o hilarantes en
cantidad suficiente como para dar con ellas sin necesidad de búsquedas
exhaustivas. De hecho, las
cartas al director suele ser un terreno fecundo para este tipo de aportaciones,
y algunas revistas, como el British
Medical Journal dedican un número monográfico anual a lo que podría
calificarse de Humanidades y Paridas. La
abundancia de perlas humorísticas ha dado pie a recopilaciones[1], mientras que algunos autores se han centrado sobre todo en la denuncia
de contribuciones absurdas y pseudocientíficas[2]. En esta modesta
recopilación se recogen hallazgos más o menos pintorescos, publicados en los
últimos 10 años y centrados especialmente en el campo de la Psiquiatría.
Una aclaración: no ha hecho falta escarbar mucho para dar con estas perlas.
Etnopsiquiatría
La
dificultad humana para trascender el marco más o menos endogámico de su
cultura hace que las referencias a los usos y costumbres de otras culturas o
naciones puedan resultar risibles. Ha de hacerse un muy especial esfuerzo para evitar caer en el
gesto fácil y estúpido de reírse de las tradiciones e incluso de las formas
de enfermar de otras culturas. Pero
aun con este ejercicio de autocensura puede citarse como pintoresco algún que
otro trabajo.
Un área de especial interés es la etnopsiquiatría sexual.
Dos síndromes peculiares, el Koro[3]
y el Dhat[4]
son ilustrativos. El Koro
es un síndrome en el que el paciente tiene la convicción de que su
pene está encogiéndose hasta desaparecer dentro de su abdomen, lo que genera
una enorme angustia y temor a que el proceso de encogimiento culmine en la
muerte. Se considera que este
cuadro es de matiz psicógeno y ligado a factores culturales, puesto que
resulta endémico en zonas del sudeste asiático en las que está firmemente
arraigada la creencia taoísta en la actividad de los humores Yin
y Yan en los seres humanos. Sin
embargo, parece que estamos asistiendo a la eclosión de la pandemia koro, ya
que prácticamente cada mes se describen casos en áreas geográficas muy
variopintas y distantes del sudeste asiático.
Hay
algunos estudios de este fenómeno. Por
ejemplo, una aportación de Chowdhury[5],
que en una amplia muestra de pacientes de koro recolectados con ocasión de una
epidemia que asoló el Norte de Bengala, encuentra que los sujetos afectos de
koro tienen una percepción distorsionada del glande.
El autor demuestra que este dato no es objetivable en sujetos normales,
pacientes ansiosos ni afectos de patología genital "orgánica"
(filariasis escrotal, hidrocele). Para
llegar a esta conclusión el autor utilizó un test inventado por él mismo al
que denomina "Draw a Penis Test"
(Test "Dibuje un Pene").
Afortunadamente la escasa prevalencia de este trastorno en nuestro medio
nos exime de incluir entre nuestros instrumentos de screening un test tan soez.
Por su parte, el Dhat
se describe como una neurosis ligada a la cultura que consiste en la
creencia de que con la orina se evacúa una sustancia blanquecina (el "Dhat"), que el paciente cree es su semen.
Este cuadro, muy frecuente en el subcontinente indio, se acompaña de
una importante ansiedad, ya que en esta cultura el semen se asimila a la
fuerza y al vigor, con lo que la espermaturia acarrearía la debilidad física y
mental.
También
la nostalgia ha sido concebida como una enfermedad psiquiátrica característica
de algunas colectividades humanas. Al
parecer, Johann Hofer, nada menos que en el siglo XVII, fue el primer estudioso
de la nostalgia, a la que denominó "philopatridomania",
y en una segunda edición, "pothopadrialalgia"
(derivado del término griego "pothos"
o deseo de lo que está ausente o perdido).
Ante la complejidad de estos términos, es de felicitarse que el término
que ha perdurado haya sido el de nostalgia
(de "nostos", vuelta a casa
y "algos", dolor).
Se nos apunta que los suizos y, en general, los naturales de países
montañosos, son especialmente susceptibles a este trastorno.
Como botón de muestra se cita a los gallegos y su "morriña"
o "saudade"[6].
Siguiendo en el ámbito de la Etnopsiquiatría, y más precisamente, en
el subcontinente indio, nos encontramos con un nuevo síntoma psiquiátrico,
la Asneezia[7]
o incapacidad de estornudar. Este curioso término se construye con "a" (prefijo privativo) y "sneeze", que es la palabra inglesa para el estornudo.
Parece que dr Schuckla, el clínico que ha aislado este síntoma, no ha podido
encontrar el término griego o latino para estornudo y ha optado por una solución,
inicialmente provisional, que resulta tan heterodoxa como difícil de traducir
al castellano (¿anestornudia?)[8].
La asneezia es un síntoma, y como tal corresponde a una vivencia y una
queja subjetiva del paciente. El dr
Shuckla explica acertadamente que este síntoma debía individualizarse obligatoriamente
en India, ya que es costumbre allí esnifar
tabaco refinado para provocar estornudos. Igualmente,
en la tradición médica india tenía un gran valor el estornudo, y con el
fin de restablecer el equilibrio de los humores se aplicaban cocciones de
hierbas para aflojar la flema y permitir su expulsión por vía nasal, a través
del estornudo.
Según el Dr Schuckla, la asneezia se da especialmente en la esquizofrenia
(37.8% de los pacientes) y en la Depresión Endógena (43.4%); en esta última
entidad, además, la asociación con la asneezia es significativa.
En una aportación posterior[9]
se hace hincapié en la marcada prevalencia de la asneezia en la depresión
endógena (especialmente la involutiva) y se especifica que el síntoma
desaparece al remitir el cuadro en cuyo marco se presenta.
Igualmente, se señala la especial prevalencia de la llamada "Tríada
asneezica", en la que la asneezia se acompaña de inexistencia de
catarros y de sensación de mareo.
Con todo, parece que existen evidencias que apuntan que el interesarse
por la función esturnudativa del paciente tiene su intríngulis.
Como recuerda el dr Shuckla, el paciente esquizofrénico no suele tener
alergias por inhalación y por lo tanto apenas estornuda, "incluso en la estación de la fiebre del heno".
Este dato nos llevaría a inferir, en pleno arrebato psicobiologicista,
que algo debe pasar con la histamina de estos pacientes.
Pues bien, así es: En los pacientes esquizofrénicos se ha documentado
en los episodios agudos una disminución de la histamina sérica, que regresa a
valores normales con el tratamiento neuroléptico.
El dr Shuckla recoge al efecto un curioso experimento llevado a cabo
por otros dos autores para evaluar el reflejo de estornudo de los pacientes
esquizofrénicos[10].
Para ello utilizaron un potente estornudador
(una sustancia provocadora de estornudos), contenido en una botellita que
se abría en las propias narices de los pacientes.
El experimento, desgraciadamente, hubo de suspenderse por incompatibilidad
entre su diseño y los investigadores, que no podían evitar estornudar cuando
entreabrían la botella a una distancia del largo de sus brazos.
Eso sí, los pacientes seguían sin estornudar, lo que en cierto modo
confirmaba la hipótesis.
Siguiendo
con la nariz, los drs Jefferson y Thompson, sugieren la existencia de un nuevo
trastorno, la Rinotiloexomania, o hábito
de meterse el dedo en la nariz[11].
En su introducción estos autores nos recuerdan que algunas conductas que
en su día no fueron consideradas más que hábitos inadecuados y groseros, como
la tricotilomanía o la onicofagia, han merecido con el paso del tiempo la
categoría de síntomas –o incluso trastornos- psiquiátricos.
En esta línea sugieren que las prospecciones nasales, aunque no suelen
pasar de ser una práctica benigna (a
common benign practice), podrían ser a veces un problema psiquiátrico, por
ocupar excesivo tiempo, dar lugar a situaciones socialmente comprometedoras o
generar problemas físicos secundarios.
Así, presentan los resultados de un cuestionario desarrollado al efecto
que remitieron a 1000 ciudadanos de su comunidad elegidos al azar.
De los 254 sujetos que lo respondieron un 91% acostumbraba a meterse el
dedo en la nariz en la época en que se pasó el cuestionario, pero sólo el 75%
tenía la impresión de que se trata de un hábito generalizado.
Un 1.2% se metía el dedo en la nariz al menos una vez cada hora; dos
sujetos invertían entre 15 y 30 minutos cada día en estas tareas, lo que no es
nada comparado con las dos horas diarias que entregaba a tales menesteres otro
sujeto. Dos personas llegaron a
producirse perforaciones del tabique. Entre
las conductas asociadas destacan el arrancarse padrastros (25%), pellizcarse
granos (20%), morderse las uñas (18%) y arrancarse el pelo (6%).
Otros datos de interés: el dedo más utilizado para llevar a cabo esta
tarea era el índice (65.1%), seguido del meñique (20.2%) y el pulgar (16.4%).
Una vez extraído el trofeo, la mayor parte de los sujetos acostumbraba a
examinarlo antes de emplastarlo en un pañuelo (90.3%), tirarlo al suelo
(28.6%), pegarlo a algún mueble (7.6%) o, simplemente, comerlo (8.0%).
La
conclusión es que en algunos sujetos (los autores aportan algunas "viñetas
clínicas") esta conducta llega a representar un serio problema, que
merecería la consideración de entidad psiquiátrica (rinotiloexomania).
Al parecer, los demás, no alcanzamos la categoría de enfermos y nos
quedamos en la de guarros. Eso sí:
parece que somos legión (91% de la población).
Si
hablamos de la nariz, no nos queda más remedio que considerar, aunque sea por
un momento, los olores. Y es que el olor que desprende cada individuo parece ser un
factor importante para explicar la susceptibilidad a picaduras de mosquitos.
Al parecer, los sujetos cuyas glándulas apocrinas inguinales producen
cantidades importantes de L-lactato resultan irresistibles para el Aedes
Aegypti. El lactato en sí
mismo no es suficiente, ya que se requiere la participación del dióxido de
carbono. Existen además otros factores de riesgo para los picotazos, como el tamaño corporal, el
sexo masculino, la edad (los mosquitos prefieren los adultos a los niños), el
movimiento y los colores oscuros. Por
lo tanto, un varón adulto, grande, productor de lactato, que haga footing
(movimiento, CO2) embutido en un chandal oscuro, se encuentra en máximo
riesgo de acribillamiento[12].
Este es, sin duda, un más que concluyente argumento contra el deporte
compulsivo.
Sin
embargo, una aportación[13]
matiza notablemente este retrato robot de la víctima ideal de los mosquitos.
El dr Knols explica que al menos en el caso del Anopheles
Gambiae, conocido vector del paludismo, el olor más atractivo procede de
los pies. De hecho, el autor y unos
colaboradores han conseguido atraer al mosquito utilizando como cebo queso
Limburger que, según explica, despide un olor que recuerda poderosamente al que
emana de los pies. El motivo de
esta similitud odorífera parece residir en que las hendiduras interdigitales de
los pies suelen estar colonizadas por una bacteria, Brevibacterium
epidermidis que resulta ser un pariente cercano del Brevibacterium Linens, que a su vez es la que interviene en la
producción del queso en cuestión. La
aplicación práctica de este hallazgo es clara: El propio autor sugiere la
utilización de trampas que utilicen como cebo el queso, como se ha hecho toda
la vida para atrapar ratones.
Por
supuesto, la Psiquiatría no puede por menos de extraer fecundas conclusiones
del mundo de los olores; faltaría más. Un
distinguido miembro fundador del CINP[14]
recuerda cómo en las épocas en que se estilaba hacer experimentos con LSD los
sujetos que recibían esta droga despedían un olor que recordaba al de los
pacientes esquizofrénicos en brote agudo.
Señala también que un paciente con catatonía periódica despedía en
sus periodos catatónicos un olor muy desagradable que sólo se podía eliminar
de las manos de quienes le tocaban utilizando alcohol.
Surgió así en su mente la posibilidad de diagnosticar esquizofrenia "nasalmente"
(esto es, utilizando la nariz y no "por
narices", como se ha hecho en alguna ocasión).
Con la ayuda de especialistas del Instituto
de Aromas y Fragancias de Hilversum pudo aislar hasta tres o cuatro
grupos de sustancias malolientes en el sudor de pacientes esquizofrénicos.
De ellas sólo pudo identificarse una, el escatol, derivado indólico que
permite -cómo no- establecer el correspondiente vínculo neuroquímico, ya que
puede provenir tanto de la línea de la fenil-alanina como del metabolismo de la
inevitable serotonina. Un detalle
especial para los amantes de los juegos de palabras en general: el autor en
cuestión se llama Cornelis H Van Rhyn... Y no es una excepción.
No son raros los casos de los científicos cuyo nombre suena de una forma que recuerda inevitablemente a su campo de acción.
En el idioma inglés existe un término de raíz griega, no recogido en
el de la Real Academia, pero que resulta muy conveniente para este caso.
Su traducción al castellano sería aptrónimo,
y se define como un nombre (o apellido) que se corresponde con la profesión o
carácter de la persona en cuestión. Un
ejemplo: un epidemiólogo preocupado por la lucha antitabaco que se llama Smoak
(se lee como smoke: humo o fumar)[15].
Y otro, relacionado con la nariz y psiquiatría: el de la neurólogo
Barbara Talamo, que publicó varios trabajos sobre el diagnóstico de enfermedad
de Alzheimer a partir del estudio histológico de la mucosa nasal[16].
Hace
cuatro años, dos psiquiatras ingleses comunicaron un caso de posesión por un
espítiru que mejoró notablemente con zuclopentixol depot.
Los autores aseguraban que previamente la posesión había sido "tratada"
infructuosamente con diferentes ritos exorcistas, y que algunos compañeros de
la cárcel en que estaba recluido el paciente y el propio capellán de la
prisión afirmaron haber llegado a ver al espíritu en forma de nube y adoptando
la forma de la cara de la persona cuyo espíritu poseía al paciente. En sus conclusiones los autores afirmaban que si aún en la
actualidad se puede creer en los fenómenos de posesión nos hallaríamos ante
un caso de posesión resistente a exorcismos tratada exitosamente con un neuroléptico
depot[17].
Su comentario generó una ola de protestas, ya que la creciente presencia
de emigrantes en la población general y entre los propios psiquiatras británicos
hace que este tipo de ocurrencias sean cada vez más políticamente
incorrectas.
La Psiquiatría es un área en expansión.
Poco hay que se le escape. Al
hilo de la Guerra del Golfo se llamó la atención sobre la necesidad de que la
Psiquiatría aborde (y trate, se supone) la Codicia humana[18].
Si esta propuesta se quedase en un simple alegato contra la guerra puede
ser hasta encomiable, pero no hay por qué pensar que su autor no creyera
realmente que éste y otros males o vicios que afligen a la Humanidad no puedan
ser adecuadamente tratados con psicoterapia y/o fármacos modernos.
Es el caso de algunos síndromes pintorescos.
Uno de ellos, el llamado "craving"
(o apetencia y ansia extrema) por los hidratos de carbono goza ya prácticamente
del visto bueno de los nosólogos más reputados, e incluso se le ha supuesto un
tratamiento faramcológico ad hoc
(inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina) que tal vez con el
paso del tiempo sea reemplazado por fármacos más modernos
y supuestamente específicos, como el acamprosato o la naltrexona. Otro síndrome
emparentado con el anterior es el craving por
chocolate (el derivado del cacao, no el otro)[19].
Los autores señalan que el antidepresivo bupropion, tal y como han
observado de forma casual, puede ser el tratamiento eficaz; incluso se
detienen en consideraciones bioquímicas, a propósito de la similitud
estructural entre este antidepresivo y un componente del chocolate. No queda ahí
la cosa: Se ha adaptado al castellano (en un estudio realizado con la ayuda de
la Federación Española de Asociaciónes
del Dulce y la Asociación Española
de Fabricantes de Chocolate, y no es broma) el Cuestionario
de Chocolates y Dulces[20],
versión castellana del Foods and Mood
Inventary de Schuman y cols[21].
El cuestionario ha mostrado buenos valores de fiabilidad y consistencia
interna, tanto para su sección de chocolate como para la de dulces.
Las puntuaciones de las mujeres fueron más altas que las de los varones.
Y aún
hay más: Dos autores italiannos, Schiafano y Magni, recogen una serie de 7
adictos al extasis (MDMA) entre cuyas [citamos literalmente] alteraciones
psicopatológicas se incluía el craving
o deseo compulsivo de chocolate. Para
explicar su hallazgo los autores recurren a una justificación bioquímica en la
que se invoca a la inevitable serotonina[22].
Afortunadamente hay contribuciones más sensatas que desmienten que
exista una adicción específica al chocolate, señalando la diferencia
existente entre la conducta más o menos automática y exenta de placer del
adicto o el bulímico y el gozo del buen degustador de chocolate[23].
Y metidos en xantinas, recojamos una curiosa experiencia ideada por el
rey Gustavo III de Suecia nada menos que en el síglo XVIII. Deseoso de conocer si el café era más tóxico que el té,
el monarca conmutó la pena de muerte a que habían sido condenados dos gemelos
homozigóticos por cadena perpetua, con la curiosa condición de que uno debería
beber tres tazones diarios de café y el otro, tres tazones diarios de té.
Este ingenioso ensayo clínico concluyó con la muerte -aunque a la
avanzada edad de 83 años- del gemelo que tomaba té[24].
Ante los riesgos que representa esta tendencia de la Psiquiatría a meter
las narices en todas partes, ha habido quien ha propuesto, tal vez para señalarnos
los peligros de la psiquiatrización de todo tipo de fenómenos humanos, "que
la felicidad sea clasificada como un trastorno psiquiátrico y que se
incluya en ediciones futuras de los principales manuales diagnósticos con
el nuevo nombre 'Trastorno afectivo Mayor, Tipo Agradable'"[25].
RP Bentall, autor de esta propuesta, concluye, tras una revisión de la
literatura que "la felicidad es estadísticamente anormal, consiste en un
agrupamiento discreto de síntomas, se asocia con una gama de anomalías
cognitivas y refleja probablemente un funcionamiento anormal del sistema
nervioso central. Queda una
posible objeción a esta propuesta: que la felicidad no se valora
negativamente". Para
Bentall esta objeción puede desecharse por ser "científicamente
irrelevante". Esta
propuesta ha sido contestada con argumentos convincentes en el British Journal
of Psychiatry por J Harris, JLT Birley y KWM Fulford.[26]
Algo, en todo caso, parece haber de determinismo en la actitud feliz, o
cuando menos optimista ante la vida, cuando Schulman y asociados encuentran una
llamativa correlación en los resultados de una medida de optimismo, el Attributional
Style Questionnaire, en parejas de gemelos homozigotos.
Esta correlación no se dio en parejas de gemelos heterozigotos, por lo
que los autores concluyen que puede existir un factor genético en el optimismo[27].
Otras
propuestas para nuevos trastornos psiquiátricos
son más irónicas (o cínicas). Por
ejemplo, Powers sugiere que se considere la categorización de un nuevo
trastorno: el "Burócrata",
constructo clínico con validez transcultural, más apropiado del Eje II y con
elementos fundamentalmente inherentes al cluster
C (aunque según se apresura a destacar el autor, algunos pacientes
exhiben rasgos del cluster B).
Los burócratas no parecen presentar lesiones cerebrales y los mecanismos
psicodinámicos subyacentes a su pensamiento merecen a jucio del autor una
cuidadosa atención por parte de la comunidad psicoanalítica[28].
Reproducimos los criterios diagnósticos propuestos:
A) Lleva trabajando durante al menos dos años en un puesto que no produce un servicio ni un beneficio claro
B) A lo largo del último año ha presentado al menos 4 de los siguientes síntomas:
1.- Se queja con frecuencia de que cobra poco, pero rara vez busca un empleo mejor.
2.- Se queja con frecuencia de trabajar demasiado, pero rara vez trabaja más de 38 horas semanales
3.- Postpone todo tipo de actividades a la jubilación
4.- Asiste a dos o más reuniones semanales, con una duración de al
menos 45 minutos cada una
5.- Produce o hace circular uno o más dossiers semanales sobre aspectos de control y calidad
6.- Cree que los demás son incapaces de reconocer la trascendencia de su responsabilidad profesional
7.- Cree que su trabajo es esencial para el orden público, los derechos del ciudadano o del consumidor o el funcionamiento correcto de la empresa o del gobierno, a pesar de que no existen evidencias que sustenten esta creencia
8.- Ante la confrontación profesional opta por el aplazamiento, la resistencia encubierta o el abandono.
9.- Mantiene el control por medio de regulaciones, comités de estudio
o amenazas de actuación administrativa.
En
esta línea de pensamiento se ha descrito una grave entidad a la que se denomina
"Administrosis
Maligna" (el autor destaca que el sufijo "osis"
significa crecimiento, como en la carcinomatosis). Es un trastorno que se caracteriza por una proliferación excesiva
y ciega de la administración, con pérdida de su finalidad de servicio y
autoperpetuada en un funcionamiento ineficaz[29].
Como tratamiento se propone que el usuario se salte al agente maligno, el
administrador, y transmita su queja y malestar a quien ocupa una situación
superior (político o directivo). Tal
vez habrá que concluir que es mucho confiar en las personas en posiciones
"superiores" al administrador.
Médicos
y psiquiatras
Las
revistas biomédicas, y las psiquiátricas en particular, tienen a veces como
objeto de estudio al propio médico, o psiquiatra. Un campo de especial
preocupación es el de la repercusión de la profesión sobre la salud y el
bienestar del médico. Un indicador de salud y bienestar puede ser la tasa de
divorcios, en la cual los psiquiatras son los especialistas médicos a los que
peor les luce el pelo (el menos, en los USA)[30].
No
sólo los médicos sufren.
Thompson[31]
describe la Parálisis
de la enfermera de noche, un cuadro que consiste en una parálisis
disociativa que aflige especialmente a las enfermeras primerizas.
No parece relacionarse especialmente con cansancio o sueño, y cursa con
respiración superficial y pulso lento. El
episodio suele ceder cuando se toca a la persona o se le llama en voz baja.
En
otras ocasiones, el enfoque es menos trascendente y más irónico. Jones y
Hughes, dos residentes británicos, informan de su propio y doloroso caso.
Según refieren, observaron llenos de hipocondriaco temor que perdían
peso, a pesar de que desde que habían empezado a trabajar apenas hacían
ejercicio y mantenían su ingesta habitual.
Con el fin de desvelar el misterio optaron por colocarse unos podómetros,
lo que les permitió observar que en los días de guardia caminaban un promedio
de 6.8 millas (10.9 km) en sus idas y venidas a atender a los pacientes de su
hospital, organizado en pabellones que, al parecer, están particularmente
desperdigados. Aventuran estos dos
autores que este hallazgo podría servir cuando menos para que los residentes
soliciten un plus especial para zapatos[32].
En
relación con los psiquiatras, se ha publicado un estudio que aborda su
presencia, y la de la Psiquiatría y otras áreas afines en la filatelia[33].
Hay que decir que no son muchos los psiquiatras honrados con una emisión
de sellos. Han merecido cierta atención algunas áreas de "Salud
Mental", como el retraso mental, las instituciones psiquiátricas, la
prevención del alcoholismo y la drogodependencia, los congresos psiquiátricos
y algunos pacientes famosos (se menciona a Schumann, Berta Pappenheim (a) Anna
O, Van Gogh, Kafka y Rimbaud, olvidando tal vez que ninguno de ellos alcanzó
notoriedad, precisamente, por su enfermedad mental).
Otras aportaciones han intentado caracterizar al psiquiatra.
Un aspecto a considerar en primer lugar es su indumentaria. ¿Debe o no llevar bata el psiquiatra? La cuestión mereció un triple artículo en el General Hospital Psychiatry, ya que muy particularmente es el
psiquiatra del hospital general quien se ve más crudamente enfrentado a la
disyuntiva. En su introducción ("La
bata blanca: Vestirla o no Vestirla"), DR Lipsitt, editor
(director) se pregunta si al tiempo que la Psiquiatría se medicaliza,
desmedicaliza y remedicaliza, el psiquiatra debería ponerse la bata, quitársela
y ponérsela de nuevo[34].
B Blackwell ("Llevar bata"), que considera a la bata un símbolo de
saber médico, confiesa que en su caso personal, aunque dispone de bata no se la
pone porque no quiere dar a entender a los pacientes que posee unos conocimientos
médicos que hace tiempo que olvidó[35].
Finalmente, y desde la perspectiva del psiquiatra de interconsulta, D
Oken ("Toga Alba") concluye
recomendándonos, más o menos, que allá donde fueres haz lo que vieres ya que
aconseja que en los hospitales los psiquiatras de interconsulta vistan la
indumentaria que lleven habitualmente sus colegas no psiquiatras[36].
Una aportación posterior, de Lebensohn[37],
termina por puntualizar que según le han confesado sus pacientes a lo largo
de décadas de ejercicio, psiquiatras y enfermeras lo hacen mejor con la
indumentaria propia de los médicos y enfermeras de otras especialidades.
En definitiva, aunque no avanzamos mucho en nuestra búsqueda de una
definición de lo que es un psiquiatra, por lo menos ya sabemos que se trata
de un señor o señora que no sabe muy bien si ha de llevar bata blanca pero que
tiene un cierto talento a la hora de elaborar títulos para artículos sobre el
particular.
Pero,
este asunto de las batas ¿no será en realidad sintomático de un cierto complejo
de inferioridad de los psiquiatras en relación con otros especialistas? Pues parece que no del todo, ya que la cuestión de la bata y
de los utensilios médicos también ha preocupado a otras especialidades.
Así, el dr Proctor, en un trabajo publicado en el Lancet
un 1 de abril (equivalente para los británicos a nuestro 28 de diciembre),
relaciona la desbatización de los médicos
con lo que denomina Síndrome del Hiperestetoscopio[38],
consistente en la costumbre de llevar el fonendo
alrededor del cuello, posiblemente por falta de un bolsillo adecuado en el que
alojarlo. Este deletéreo cuadro
afecta en especial a los residentes y en opinión del Dr Proctor puede dar lugar
a lesiones por hiperextensión del cuello y a una auténtica dependencia, con un severo cortejo ansioso cuando al médico en
cuestión se le quita el artilugio. Según
el autor, el cuadro parece tener una base genética, y su solución requiere
tratamientos sustitutivos. Por
ejemplo, en las mujeres un pañuelo al cuello podría ser una solución idónea.
Los varones se automedican, según
Proctor, poniéndose pendientes en la oreja.
El hábito alcohólico parece corregir el Síndrome
del Hiperestetoscopio, pero, evidentemente, su utilización como tratamiento
suscita importantes dificultades prácticas y éticas.
Pero
hay dependencias más severas, como el Síndrome
de Dependencia del Tratamiento (SDT)[39],
que no afecta al paciente en tratamiento, sino al terapeuta, quien se convierte
en una especie de fundamentalista empeñado en tratar enfermos, hasta el punto
de hacerse dependiente. Los
profesionales más afectados parecen ser, precisamente, los que se ocupan de las
dependencias. El autor nos presenta
los síntomas en clave del esquema de las dependencias del DSM-III-R.
Así, en el SDT el tratar se convierte en la principal preocupación y
actividad, del médico-paciente, con un estrechamiento del repertorio de
tratamientos, una compulsión a tratar y una tolerancia incrementada al
tratamiento (necesitan tratar cada vez a más personas para obtener gratificación).
La deprivación del tratamiento (esto es, el dejar de tratar) se
caracteriza por sentimientos intensos de culpa, ansiedad y minusvalía, acompañados
por una profunda rabia por el hecho de que miles de personas que tendrían que
tratarse no lo hacen. Si no se
aborda el cuadro de deprivación a tiempo puede aparecer un estado maniaco con
grandiosidad, hiperactividad y conductas orientadas a tratar y tratar y tratar. El síndrome de deprivación puede aparecer espontáneamente
(por falta de actividad o usuarios a
los que tratar) o por exposición a un antagonista.
Los antagonistas del tratamiento suelen ser personas, artículos o libros
que cuestionen el valor o eficacia del tratamiento que realiza el médico-paciente,
y el antagonista más potente descubierto hasta la fecha es el escepticismo. Pequeñas dosis de este producto producen un severísimo
cortejo de abstinencia, tan intenso que haría muy difícil que los comités de
ética autoricen su uso para diagnosticar SDT en situaciones en que se sospecha
la existencia del cuadro. Como en
la asistencia a otras dependencias
podría utilizarse una terapia de mantenimiento con un antagonista (en este
caso, el escepticismo, o en todo caso, una postura científica sana)
a dosis bajas. Sin embargo, la
aplicación práctica de esta idea resulta complicada.
Los pacientes suelen estar muy poco motivados para abandonar su
dependencia, por lo que puede temerse que la adscripción sería baja.
Por otro lado la ciencia es un
producto muy escaso y caro, y ya se sabe que estamos en épocas de contención
del gasto sanitario. En cualquier
caso, como en las demás dependencias, los síntomas de abstinencia ceden con la
reexposición a la droga (tratar) y existe siempre el riesgo de recaída.
Un planteamiento muy interesante, y que debería dar mucho que pensar...
Pero
estábamos con fonendos y batas. También ha habido interés por estos
artilugios desde un punto de vista epidemiológico.
En un estudio realizado en Michigan, se encontró que los diafragmas de
los fonendos estaban colonizados por una amplia gama de gérmenes, que podían
transmitirse a la piel del paciente. Los
fonendos de los médicos tenían más bichos
que los de las enfermeras, aunque no se aclara si esta diferencia se mantenía
una vez corregidos los grupos por sexos[40].
También se ha dedicado atención a la higiene de las batas.
Un estudio realizado en Birmingham (UK) encontró muchas bacterias en
muestras de batas de médico; las batas más viejas no tenían más gérmenes,
pero sí se observó una mayor cantidad de bacterias a mayor uso continuado de
la bata. Con todo, los autores
estiman que sólo hay riesgo de infección en las áreas quirúrgicas, y en todo
caso contraindican llevar bata en áreas no clínicas (la cafetería, por
ejemplo), ni encuentran necesario cambiar de bata más de una vez a la semana[41].
Lo que se comunica para quien tenga que elaborar un protocolo al
respecto.
La creciente importancia del usuario en el sistema sanitario hace que
algunos trabajos en torno a las batas se hayan centrado en las preferencias del
paciente. Un grupo de pediatras también de Birmingham preguntaron a 203 niños
que acudieron a consulta con sus padres por su opinión sobre un médico de cada
sexo presentado con cinco atuendos diferentes (por ejemplo, en el caso del varón,
los atuendos eran sport, sport con corbata, bata, traje-corbata y tiradillo). Los niños consideraban que los médicos vestidos de
manera formal o elegante eran competentes profesionalmente, pero no amistosos,
mientras que los vestidos de manera informal les parecían amistosos, pero no
competentes[42].
Otro estudio, centrado en pacientes de hospital psiquiátrico, encontró
que los enfermos prefieren que el psiquiatra lleve ropa elegante y bata[43],
y que los psiquiatras son de la misma opinión.
En este mismo estudio se investigó por aspectos relacionales, y se
observó que los pacientes preferían que se les llamara por el nombre de pila
(lo que equivaldría al tuteo del castellano) y tratar al psiquiatra con el título
de doctor y el apellido (lo que vendría a ser tratarle de Ud).
Entre los psiquiatras había diferencias en función de su status.
Los residentes tendían a tutear al paciente, mientras que los consultants o psiquiatras ya especializados lo trataban de Ud.
En todo caso, tanto los consultants
como los residentes, preferían que el paciente les tratara de Ud.
En
esta línea hay también quien se ha preocupado por la actitud del médico en
función de la ropa del paciente. Hammond,
que dice apoyarse en numerosas observaciones,
apunta que los médicos se toman más en serio los casos de pacientes con ropas
elegantes que los de quienes les visitan con ropas menos vistosas.
El ejemplo extremo, indica, es que el personal sanitario se esfuerza más
en resucitar a una persona que sufre un paro cardiaco si su forma de vestir es
elegante[44].
Y puesto que estamos
considerando aspectos que tocan a la vez a los psiquiatras y a otros
especialistas, nos podríamos detener en la propuesta de creación de una nueva
especialidad médica. El Dr
Kevorkian, inventor de una máquina eutanática y mundialmente conocido
como "Dr Muerte", sugiere la creación de la especialidad de "Obitiatría",
orientada a facilitar o ayudar al suicidio de personas con enfermedades
incurables que desean poner fin a sus días.
El programa de residencia constaría de 4 años, y los "pioneros"
de la especialidad, que como el propio Kevorkian obviamente no han hecho
ese programa de residencia, recibirían automáticamente el título y la
capacitación para impartir docencia.
Llega incluso a proponer un plan de asistencia para el estado de
Michigan, que se dividiría en cuatro sectores, cada uno de ellos con su propia
dirección de sector y su "Clínica
de Muerte", en la que los pacientes (llama a la paciente tipo "Wanda
Enditall") serían atendidos por el correspondiente
"obitiatra" (al que llama "Will
B Reddy")[45].
La traducción no es fácil, pero sí imaginable.
Volvamos a nuestro intento inicial por caracterizar al Psiquiatra.
Walter[46]
se centra en los términos argot con que se designa a los psiquiatras en inglés,
rastreando su etimología o el momento de su acuñación.
Parece que un término particularmente popular es el de "shrinker"
o "headshrinker", que
asimila al psiquiatra a los jívaros y su poder reductor de cabezas (aquí diríamos
comecocos). Con todo, tal vez lo más curioso sea el juego de palabras
en virtud del cual el psychotherapist
(psicoterapeuta) se conveirte en psycho,
the rapist, (Psicopatón, el violador).
Qué cosas.
En una colaboración posterior, el mismo autor comunica un estudio de las
historietas norteamericanas desde 1941 a 1990 en el que llega a la conclusión
de que la imagen del psiquiatra en las historietas no ha cambiado demasiado en
cinco décadas. Para el comic, el
psiquiatra es hombre, generalmente calvo, barbudo y con gafas, practica la
Psicoterapia como método de tratamiento habitual, y suele estar loco, o es
licencioso con sus pacientes, o simplemente no se interesa en absoluto por lo
que le cuentan sus clientes. En los
últimos tiempos, además, se ha vuelto más interesado por el dinero. Generalmente no produce nigún cambio en sus pacientes,
aunque en un 15% de las historietas el paciente empeora y en un 2% mejora[47].
Todo un retrato, aunque tal vez ligeramente sesgado.
Para terminar, y aunque no provienen de revistas,
merece la pena mencionar con dos valiosas definiciones de psiquiatra.
La primera la recoge E. Zarifian[48]:
"El neurótico es quien fabrica castillos en el aire; el psicótico,
quien vive en ellos; y el psiquiatra... quien cobra los alquileres".
La segunda es incluso más útil, ya que nos da el valor de un
psiquiatra, lo cual es sumamente interesante en estos tiempos de contención de
gastos y baremos curriculares enrevesados[49]:
"Por fin alguien ha definido el valor de un psiquiatra.
Un individuo que retenía rehenes a punta de pistola en el Hospital St
Jude de Memphis liberó a uno de ellos -un psiquiatra- a cambio de cinco
hamburguesas normales, cinco hamburguesas con queso y unas patatas
fritas".
Pues eso.
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